lunes, 4 de enero de 2021

HOMILIA Solemnidad de la EPIFANÍA del SEÑOR. (6 de enero de 2021)

Solemnidad de la EPIFANÍA del SEÑOR. (6 de enero de 2021) Primera: Isaías 60, 1-6; Salmo: Sal 71, 1-2. 7-8. 10-13; Segunda: Éfeso 3, 2-3.5; Evangelio: Mateo 2, 1-12 Nexo entre las LECTURAS La luz de Cristo brilla de modo singular en los textos de la Epifanía. El tercer Isaías canta, bajo el símbolo de la luz, el triunfo y la centralidad de Jerusalén en el concierto de las naciones (primera lectura). La luz de Jerusalén es profecía, mira hacia una persona que será la luz de las naciones y la gloria de Israel (cf. Lc 2, 32). El evangelio nos narra la historia de unos "magos" que llegaron a Jerusalén porque habían visto en oriente la estrella del rey de los judíos y venían a adorarlo (evangelio). Y san Pablo en la carta a los efesios afirma que el misterio de Cristo ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (segunda lectura); misterio de Cristo que consiste en ser luz y gloria de la humanidad. Temas.. Estrella y Camino. Los "Magos" ven la estrella y observan que en ella había algo muy especial; descubren un mensaje, una noticia importante para su vida. En eso consiste la sabiduría de esos "sabios" en que no sólo ven la superficialidad de las cosas, no sólo ven en la estrella una estrella y, más tarde, en el niño, sólo un niño, sino que en el fondo descubren algo más, digamos que descubren la base y fundamento del conjunto que observan y, por eso, siguen sus huellas. En la sonrisa de una persona podemos ver no sólo un rostro distendido, sino también una expresión generosa. No cabe duda de que todo el mundo tiene un rostro, una faceta, una cara: nuestra vida, nuestros encuentros, nuestras experiencias... En muchas cosas puede aparecer una estrella que indique el camino. Pero también ocurre que a menudo sólo vemos los contornos de un asunto y no notamos la expresión, el contenido, el mensaje que se encuentra dentro. En esto consiste, pues -como decimos-, la sabiduría de los sabios, en saber ver realmente lo que la estrella quiere indicarles. No ven en ella un simple cuerpo celeste que por salir y ponerse es objeto de estudio, sino que tras él descubren una llamada, una provocación, una revelación. Que ¿cómo reconocen eso? No cabe duda de que en ellos existe ya un amor por las estrellas o, mejor dicho, por otro y mejor resplandor que de hecho puede tener la vida humana. Podemos decir que muchos en el COVID-19 solo vieron un virus, otros una oportunidad para dañar o para enriquecerse… y Dios nos dio la posibilidad de descubrir (nos llamó) que estamos en el mundo para el amor y servicio a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos… muchos vimos que podemos vivir mejor pareciéndonos a Jesús, a la Virgen y a san José. Los Magos se esfuerzan en buscarlo por encima de sus propias vidas cuadriculadas. Sabios son desde el momento en que su mirada y su atención corren tras lo maravilloso de este mundo y del hombre. Una tal revelación, una aparición así desde el interior de la aparente superficialidad de las cosas necesita hombres abiertos, los magos se abren. Esto se puede decir en un doble sentido. Por una parte, se abren ante la aparición del nuevo rey del mundo y se ponen en el camino de la vida. Por otra parte, se abren realmente en cuanto salen de sí mismos y de su mundo para ponerse en el camino que señala la estrella, por donde ella les marca. Así el Papa en Fratelli Tutti nos invita a vivir en salida, en fraternidad y en solidaridad. Una estrella amanece en su vida y se ponen en marcha hacia Jerusalén donde encontrarán la luz de su vida. Todos los demás se cierran, se quedan en su mundo y en su casa; la cuestión sobre el fondo, es decir, sobre lo más importante de nuestra vida no es importante para ellos y el mundo queda como está: ni cambia ni cambiará. Generalmente, siempre son sólo unos pocos los que se abren y los que se ponen en camino… ¡ven! Señor… y ayúdanos a CAMINAR. Dos reyes. Una adoración. La estrella los lleva a Jerusalén. Allí les espera la mayor decepción y también la más importante decisión. Porque en Jerusalén encuentran dos reyes. En primer lugar, encuentran a Herodes, el que poco antes había hecho ejecutar a sus hijos por miedo a perder el trono. Pero Herodes no está aquí en un primer plano; él es más que nada un signo, una señal del poder, del éxito, del prestigio, de la autosuficiente y el desprecio con todos sus miedos. Y ante él, los Magos, manifiestan de nuevo su sabiduría, de los sabios que no se quedan parados frente a las intrigas de aquel hombre, frente a su ambición de poder y su egocentrismo. No se detienen, pues, ante el primer rey que encuentran, porque no lo reconocen como tal para sus vidas; la estrella no les señala en él el sentido último que buscan. La estrella sigue adelante y ellos van detrás, hasta encontrar al otro rey de los judíos, un niño, sin poder y necesitado de ayuda. Esa pobreza no les lleva a confusión (Papa Francisco). Ante Él se postran y lo adoran. Y le ofrecen sus tesoros; su corazón, su entrega, su esfuerzo. Para ellos está claro que la epifanía de Dios en la tierra no acontece en el poder y la riqueza del mundo, sino en la impotencia por causa del amor. Naturalmente, este es el fundamento de una gran noticia, de una gran alegría para ellos y para todos. A Casa por otro Camino: Los tres sabios (llamados reyes magos) vuelven a su tierra por otro camino. Esto es muy significativo: quien experimenta a Dios tan sencillamente y a la vez tan profundamente no puede volver a recorrer el mismo camino. El 2021 lo recorramos con la novedad del Evangelio de la Vida. Ellos dieron la espalda a Herodes con el que nada tenían que ver, ni del que nada querían saber. Hay ahora más motivo para seguir el camino que marca la estrella: el camino del rey de reyes, que por nuestro amor se ha hecho pequeño, para que nosotros seamos grandes. Este es el amor universal que tal rey nos ofrece para que nosotros seamos pequeños en bien de los otros; un amor que se extienda a los que nos son difíciles, no sólo a los que nos caen bien, a los creyentes y a los que no lo son, a los cercanos y a los lejanos, a los conocidos y a los extraños. El que, según los valores de este mundo, se hace aparentemente insignificante -éste es quizá el mensaje de hoy- y así se manifiesta por su estrella y con los magos, pero es el verdadero rey del mundo, ése es el único al que nosotros podemos aceptar como auténtico rey de nuestra vida. Porque es su estrella la que nos dará luz y pleno sentido para vivir con alegría y esperanza y paz el nuevo año del Señor. Aunque seguramente con esta luz también nosotros aparecemos como insignificante a los ojos de los poderosos y tendremos que elegir otro camino, lejos de sus intrigas. Es fácil que, si profundizamos en todo esto, reconozcamos el esplendor de una vida en Jesús, no con Herodes. El futuro de Jesús es garantía de que resucitaremos y seremos glorificados con Él. Todos los demás "reyes" a la postre nos harán caer y tan mentirosos son, que, si les va mal, no culparan a nosotros. Sugerencias... Desde sus orígenes la solemnidad de la Epifanía ha contado con gran variedad de aspectos -reducidos entre nosotros a nivel popular al episodio de la adoración de los reyes magos- que hacen difícil un enfoque central y unitario. "De todos modos, en su evolución histórica, la Epifanía ha conservado en gran modo su carácter de solemnidad antigua, trascendiendo los episodios históricos que son su objeto: es la celebración de la manifestación, en general, de Dios a los hombres en su Hijo, es decir, la primera etapa de la redención". De acuerdo con este tema central, podemos orientar la ‘homilía’ según dos aspectos de la manifestación de Dios a los hombres: su carácter humilde y poco espectacular, y su dimensión universal. La manifestación de Dios elude toda espectacularidad. Tradicionalmente son tres las manifestaciones que celebra la Epifanía: la adoración de los magos, el bautismo de Jesús, el milagro de Caná, como podemos ver en la antífona del cántico de María correspondiente a las segundas vísperas de la solemnidad: "Celebramos un día santificado por tres milagros: hoy la estrella condujo a los magos, hoy el agua se convirtió en vino, hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, aleluya". (Actualmente, sin que la Epifanía deje de conmemorar los tres aspectos, el bautismo es especialmente recordado el domingo siguiente, y las bodas de Caná en el evangelio del otro domingo correspondiente al ciclo C). Si nos fijamos bien en ello, las tres manifestaciones tienen un cariz común: son apariciones de Dios no en poder y en gloria, sino en humildad y ausencia de espectacularidad. Jesús se presenta a los magos, que traen presentes espléndidos, como un niño impotente y débil. Cristo obra su primer milagro en el marco de una fiesta popular y familiar. El Hijo de Dios se coloca en la cola de los pecadores, que se someten al bautismo de penitencia. No hay, en ninguna de estas manifestaciones, algo que evoque pujanza, riqueza o dominio. Son manifestaciones de un Dios bien extraño. Es que a Dios no le ha dado miedo el escándalo de los puritanos, de aquellos que lo habrían hecho de un modo bien diferente. Si es que Dios debía manifestarse, la mentalidad meramente natural y humana esperaba algo esplendoroso. Pero los pensamientos de Dios no son los pensamientos de los hombres. Este estilo epifánico de Dios, en la pobreza, tiene una repercusión bien clara en el campo eclesial, puesto que la Iglesia continúa en el mundo la manifestación de Dios entre los hombres. También ella corre el peligro de caer en la tentación de la espectacularidad, pero los cristianos debemos comprender que tanto más manifestaremos la verdadera presencia de Dios cuanto menos nos presentemos al mundo con voluntad de poder y dominio y más bajo los velos humildes del servicio y el amor. Somos ovejas y no lobos… si dejamos de ser ovejas, perdemos el cielo y lo más punzante es que perdemos de ser pastoreados por Cristo, el Buen Pastor. La manifestación de Dios tiene una dimensión universal. Evangelio de la Epifanía es, en su totalidad, una parábola que de un modo plástico quiere que nos demos cuenta de un aspecto esencial del mensaje de la Buena Nueva. Como en cualquier parábola, la anécdota es secundaria y lo verdaderamente importante es la intención teológica de la narración. Tras la escena pintoresca de unos personajes misteriosos que vienen del Oriente para rendir homenaje al Niño nacido en Belén, se encuentra lo mismo que, en lenguaje diferente, nos dicen las otras dos lecturas, y que podemos resumir así: la manifestación de Dios se dirige a todos los hombres y pueblos de la tierra y no conoce fronteras de ninguna clase. En efecto, Isaías, usando el género de la poesía poética, dice "Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos vienen de lejos, a tus hijas las traen en brazos". Y san Pablo, en un estilo ya directamente teológico, afirma: "Se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio". Los magos del relato evangélico son una representación de todos estos pueblos -en esto resulta muy acertada la intuición popular, que atribuye a cada uno de los magos una raza diferente- que han oído el anuncio del evangelio y que se disponen a destruir para siempre las barreras de separación, excelente mensaje para nosotros que tenemos que derribar los muros del distanciamiento y del aislamiento social para convertirlo en fraternidad y solidaridad. De este modo la Epifanía se convierte en la fiesta de la universalidad de la salvación y, por tanto, de la catolicidad de la Iglesia. Universalidad y catolicidad que en modo alguno significa uniformidad, sino que respeta y promueve las ricas diferencias de raza, lengua y cultura (Evangelii Gaudium). San José, ruega por nosotros.

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