lunes, 26 de febrero de 2024

HOMILIA Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2024)


 Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2024)

Primera: Éxodo 20, 1-17; Salmo: Sal 18, 8-11; Segunda: 1 Corintios 1, 22-25; Evangelio: Juan 2, 13-25

Nexo entre las LECTURAS

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (2 lectura). En esta expresión puede resumirse el mensaje central de la Liturgia de este Domingo –tercero de cuaresma–. Fuerza y sabiduría de Dios manifestada en Cristo glorificado que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría de Dios manifestado en el Decálogo (1 lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (‘Él hablaba del templo de su cuerpo’): Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su esperanza.

Temas...

Un signo profético de Jesús. A medio camino de la Cuaresma nos hallamos hoy con un hecho sorprendente de la vida de Jesús: la expulsión de los vendedores (en el) del templo. Es un gesto que nos extraña en Jesús, porque es un gesto ‘violento’; aunque vemos también que no está provocado por la venganza, sino por el celo hacia el verdadero templo de Dios, hacia su Padre.

Se trata, por una parte, de una crítica al mercantilismo en el que cayó el culto religioso de Israel, y en el que caen también tantas veces nuestros lugares de culto y nuestras estructuras religiosas con sus tentaciones de lucro y de favorecer el provecho propio. ¡Cuántas mesas debería hoy volcar Jesús en nuestras iglesias! y en nuestros corazones.

Y por otra parte, se trata también de un gesto profético y significativo: anuncia otra clase de templo, un culto vivo y espiritual. Con un trasfondo pascual se nos permite penetrar más en el conocimiento de Jesús, en el significado y vivencia de su muerte y resurrección: Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré. Afirma el evangelista san Juan: Él hablaba del templo de su cuerpo. Con estas palabras Jesús anuncia su muerte y su resurrección. A partir de ahora, su cuerpo, su humanidad reconstruida, glorificada, resucitada se constituye en el verdadero templo de Dios, el lugar de encuentro con él.

Cada persona es un lugar de encuentro con Dios. A partir de la muerte y resurrección de Jesús, su vida, su Espíritu se difunde por el universo entero, en el corazón de la humanidad y en el de cada persona. Todo “se convierte’ en sagrado, digno de respeto, de admiración, de contemplación, de amor; digno de que entremos en relación, pues todo rebosa de Dios, en todo se le puede encontrar. Él está en el corazón de cada persona; en la relación cordial con cada persona podemos vivir la fe, el encuentro con Jesús. Ahí podemos experimentar su presencia, le podemos escuchar a partir de la palabra del hermano. Este ha de ser, pues, el verdadero culto que debemos rendir a Dios, como muchas veces nos invita el Papa Francisco.

¿Hasta qué punto valoramos y tratamos así toda la realidad y a cada persona? ¿Hasta qué punto las cosas que tenemos y usamos, las personas con las que nos relacionamos nos conducen a Dios, nos ayudan a descubrirlo? Aquel celo que movía a Jesús en favor del templo de Dios, ¿lo traducimos nosotros en un celo en favor de Jesús, de los demás y del mundo en que vivimos? ¡Cuántos templos, cuántas personas arrinconadas, maltratadas, profanadas, destruidas que claman nuestro celo! Jesús ha sido capaz de dar la vida en favor de todos estos templos. ¿Sabemos reaccionar debidamente ante tanto maltrato dado a personas y cosas?

La comunidad, cuerpo de Cristo, templo de Dios. San Pablo recordaba también a la comunidad cristiana de Corinto que ella era el templo de Dios, el cuerpo de Cristo: Ustedes forman el cuerpo de Cristo (1 Cor 3,16). Hemos de ir creciendo en conciencia comunitaria. Tenemos muy claro lo que somos como individuos, pero dar signos, vivir y expresar que somos comunidad, ¡eso nos cuesta más! Y una nueva manera de presencia de Dios se da a través de la comunidad, de la iglesia. Deberíamos preguntarnos si nuestra Iglesia, nuestras pequeñas comunidades son para la sociedad de hoy, para nuestros pueblos y barrios, espacios tangibles y transparentes de presencia de Dios.

No siempre queda esto claro ante nosotros ni ante el mundo. Nuestras comunidades, por lo que comportan de relaciones fraternas, de trabajo en común, de servicio al hombre y a la mujer de nuestro mundo, debieran ser signos visibles de solidaridad, de amor, de felicidad. Debieran ser testimonio de Jesús, de su espíritu que llena la realidad entera. Nuestro mundo necesita de estos espacios en que sea posible encontrar a Dios. En la medida que una comunidad vive y crece en fraternidad y en solidaridad, está construyendo en medio del mundo el templo de Dios.

La Eucaristía, lugar de encuentro con Dios. Que la Eucaristía que estamos celebrando impulse nuestra vida comunitaria. Descubramos en ella la presencia del Señor resucitado, verdadero templo de Dios. En Jesucristo encontraremos a Dios y entraremos en comunión de vida con él. Que la Eucaristía de hoy nos haga más iglesia, templos de Dios, lugar de encuentro con él.

Sugerencias...

EXIGENCIA. La lectura del decálogo y las amenazas que en él se encuentran debería llevar a una consideración importante: Dios es exigente. Ser creyente –formar parte del pueblo de Dios– implica una fidelidad trabajada en un estilo de vida virtuoso. La Cuaresma es una llamada a revisar cómo vivimos ese estilo de vida. Marcarse algún objetivo de conversión en algunos puntos concretos de modo que la renovación de las promesas del bautismo en la Vigilia Pascual sea algo auténtico.

La segunda lectura de hoy (y el evangelio) pueden completar adecuadamente la reflexión sobre esta exigencia. Jesús es el que ha vivido plenamente según el criterio básico de la Ley: considerando a Dios como Único y Absoluto. Viviendo así, el cristiano, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones de poder o de sabiduría, chocará con este mundo que se fundamenta en el relativismo. Unámonos a Cristo que es Camino, Verdad y Vida. Unámonos a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra.

JESÚS, EL ÚNICO TEMPLO. El evangelio de hoy habla ya directamente de la muerte y resurrección de Jesús. Juan, colocando esta escena al principio de su evangelio (al contrario de los sinópticos, en que aparece inmediatamente antes de la pasión) quiere dejar claro que la muerte–resurrección muestra el sentido pleno de todo lo que Jesús decía y hacía desde el principio (desde que “la Palabra se hizo carne”).

Además, el evangelio, muestra que los hombres han buscado relacionarse con el Dios lejano por medio de determinados actos u objetos: las ofrendas, los templos, etc. Pero estas mediaciones dejan siempre una gran distancia, y con facilidad pueden conducir a la hipocresía. Jesús proclama hoy que hay ya un camino nuevo, verdadero y pleno: un Camino que no es un acto o un objeto sino una Persona, la vida concreta de una Persona, y estamos llamados a vivir en comunión con Él, que es el Centro (Cfr.: Papa Francisco).

MEDIACIÓN. Jesús mediador, la vida humana mediadora. La vida y la persona de Jesucristo (y su vida entregada definitivamente en la cruz) es el único camino de acercamiento al Padre. Y esto significa para el creyente: fe, abandono y confianza en Jesucristo, y trabajo espiritual diario por convertir –con la ayuda de Su gracia– la propia vida en una imagen de la de Jesús.

¿Y los sacramentos? ¿Y los actos religiosos? El mediador con el Padre es el Verbo hecho carne, Jesucristo. Para el pueblo de Israel, el templo podía entenderse como el camino hacia Dios. Para nosotros, el único camino hacia Dios es Jesucristo y… la Iglesia, los sacramentos, los actos religiosos, la piedad popular, son medios (cada uno con su dignidad propia) dados por Él para que nosotros, en estado de peregrinación, crezcamos en comunión con Él y, amando y sirviendo, alcancemos la Jerusalén Celestial. Por todo esto necesitaremos siempre la verdadera purificación, porque muy fácilmente podemos desviarnos del verdadero sentido de la mediación eclesial (cfr.: Evangelii Gaudium).

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