lunes, 22 de enero de 2024

HOMILIA Cuarto Domingo del TIEMPO ORDINARIO B (28 de enero 2024) Gentileza P.Angel

Cuarto Domingo del TIEMPO ORDINARIO B (28 de enero 2024) Primera: Deuteronomio 18, 15-20; Salmo: Sal 94, 1-2. 6-9; Segunda: 1Corintios 7, 32-35; Evangelio: Marcos 1, 21-28 Nexo entre las LECTURAS "Enseñar", "enseñanza" son expresiones frecuentes en los textos de la liturgia de este cuarto Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús es presentado por san Marcos como el Maestro "que enseña con autoridad", "una enseñanza nueva" (E). No es una enseñanza cualquiera, sino la de un profeta, al estilo de Moisés, figura e imagen del profetismo en la mente de los israelitas, maestro y forjador de su pueblo (1 L). San Pablo, como profeta del Nuevo Testamento, imparte a los corintios su enseñanza sobre la dignidad humana, del matrimonio y del celibato, estados y caminos para vivir la dedicación y entrega al apostolado en la Comunidad eclesial (2 L). Esta enseñanza profética, nueva y dada con autoridad, se dirige al hombre para que la acoja y sea receptor activo de su eficacia (cfr.: catequesis del Papa, enero 2015). El salmo responsorial pone en nuestros labios, con palabras inspiradas por Dios, las actitudes que han de brotar de nuestro corazón ante las palabras de vida de Jesús. El salmo nos impulsa a cantar el deseo de escuchar la voz de aquel que Dios nos ha enviado "en su nombre", la voz de aquel que es, para nosotros, la Roca que nos salva. Por eso, conocedores de a quién estamos escuchando, al hacerlo nace en nosotros un deseo de alabanza y de adoración. Escuchamos a Cristo, al tiempo que alabamos a Dios, quien se nos revela en su Hijo, y reconociendo la divinidad de aquel que nos habla: el Hijo único del Padre. La voz de Jesús nos invita, pues, a esforzarnos a no endurecer nuestros corazones, a esforzarnos para convertirlos en la tierra apropiada en la que Dios haga fecundar la palabra que él mismo ha sembrado. Temas... 1. En el evangelio, con motivo de la expulsión de un demonio, se reconoce que la enseñanza de Jesús es una enseñanza totalmente «nueva», un «enseñar con autoridad» ante el que todos los circunstantes se quedan «pasmados». Estos ven la prueba de esta novedad en la expulsión del espíritu inmundo, pero ésta es a lo sumo la confirmación de su autoridad, no su enseñanza. Lo auténticamente decisivo aparece al principio del evangelio: Jesús enseña en la sinagoga, y los presentes se quedaron «asombrados de su enseñanza». En su misma enseñanza se percibe ya la «autoridad divina» que la distingue de la enseñanza de los «letrados». Lo que la nueva enseñanza exige es un radicalismo en la obediencia a Dios totalmente distinto del rigorismo en el cumplimiento de la ley exigido por los letrados. Este radicalismo no exige en absoluto una huida del mundo, tal y como la practicaban por ejemplo los miembros de la secta de Qumrán, sino, en medio del mundo, de su trabajo y de sus penalidades, una vida indivisa para Dios y conforme a su mandamiento. Este mandamiento que Jesús explica a los hombres es a la vez infinitamente simple e infinitamente exigente; posteriormente Jesús lo repetirá constantemente: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Eso significan la Ley y los Profetas (Mt 7,12). Esta es la perfección que el hombre puede alcanzar y en la que puede y debe parecerse al Padre celeste (cfr. Mt 5,48). Aquí sólo hay totalidad, no hay lugar para la división. 2. Pablo, en la segunda lectura, tiende al mismo radicalismo. Aunque aparentemente distingue dos categorías de hombres: los célibes, que se preocupan de los «asuntos del Señor», y los casados, que se preocupan de los «asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer», ciertamente no quiere (como muestran sus textos parenéticos sobre la vida doméstica) proscribir el matrimonio o las profesiones del siglo, sino a lo sumo mostrar lo que se observa habitualmente en la gente de mundo. Puede conceder al celibato una cierta preeminencia («a todos les desearía que vivieran como yo»: 1 Co 7,7), más inmediatamente añade: «Pero cada cual tiene el don particular que Dios le ha dado», gracias al cual es perfectamente posible, incluso dentro del mundo y en la vida matrimonial, servir a Dios y amar al prójimo indivisiblemente. Ciertamente en muchos casos cabe preguntarse si esto es más fácil en el estado de los consejos evangélicos que en un matrimonio cristiano correctamente vivido. Las cartas pastorales se oponen a los que «prohíben el matrimonio» (1 Tm 4,3); no: "Todo lo que Dios ha creado es bueno". 3. A esta doctrina definitiva de Jesús, en la que se resume todo con perfecta simplicidad, se refiere ya Moisés anticipadamente cuando habla, en la primera lectura, del profeta que ha de venir, del que Dios dice: «Suscitaré un profeta... Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande». El Señor lo suscitará como cumplimiento de todo lo iniciado en la Antigua Alianza. A él será, por tanto, al que haya que escuchar en todo Sugerencias... Palabra viva y vivificadora. En el gran mercado de la ‘palabra’ hoy existente y agobiante (medios de comunicación, ley de medios, redes sociales…), no es fácil encontrar una palabra viva y vivificadora. ¡Cuántas palabras, cuántas "enseñanzas", cuántas noticias llegan hoy al oído del hombre, del cristiano! Entre todos esos millones de palabras: ¿dónde está la Palabra que da vida y alimenta el alma cada día? El maestro cristiano -el sacerdote, el docente y profesor, el padre de familia catequista y el catequista, discípulo-misionero...-, actualizando la enseñanza de Jesucristo debe decir palabras vivas, palabras con fuerza de eternidad, que no pasen, sino que perduren y den sentido y sirvan de purificación de los millones de otras palabras escuchadas. Ante esta realidad tan estupenda, uno siente la tentación de preguntarse ¿por qué a veces son tan aburridas las clases de religión o las homilías dominicales? ¿Qué estamos haciendo con la Palabra Viva? ¿Por qué, siendo viva, no logra vivificar el corazón del predicador cristiano y del oyente y hasta el del pecador? Algo está pasando que hace de la Palabra viva y eficaz una palabra quizá estéril y muerta, o al menos sin garra o impulso vital y transformador. Oremos todos para que los maestros de la Palabra lleven siempre en sus labios y en su corazón la Palabra de Vida (cfr.: Papa Francisco). Actitud ante el Maestro. Cuando la palabra del maestro no es viva ni vivificante, no podemos esperar otra actitud sino el aburrimiento y el rechazo. Esto es evidente. Pero, ¿por qué, incluso cuando la palabra está llena de vida e infunde vida, no es escuchada ni acogida? Ya Jesús tuvo que afrontar este rechazo de su Palabra, porque los hombres encontraban "duras" sus enseñanzas. Y Pablo, ¿no tuvo acaso que hacer frente a tantos que no mostraban interés por su evangelio o simplemente lo rechazaban? No nos debe extrañar que la Palabra Viva sea como una espada que divide a los hombres entre quienes la acogen o la rechazan. La Palabra Viva se escucha en la libertad y para hacer hombres libres, pero hay quienes eligen ejercer su libre albedrío rechazando la fuente de la libertad. La Palabra Viva es como una semilla que cae en tierra… que a veces es buena, y en otras oportunidades está dura, no tiene profundidad, está repleta de hierbas y yuyos. Pidamos a Dios que con su gracia limpie y cultive su campo –la Iglesia y el corazón de cada uno– de modo que los hombres aceptemos la Palabra Viva para que dé, en nuestro corazón y en nuestras obras, frutos abundantes como en la Santísima Virgen María. Virgen de la Escucha y de la Palabra y de la Obediencia, ruega por nosotros.

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