lunes, 24 de febrero de 2020

HOMILÍA MIÉRCOLES DE CENIZA

MIÉRCOLES DE CENIZA (26 de febrero de 2020) Primera: Joel 2, 12-18; Salmo: Sal 50, 3-6a. 12-14. 17; Segunda: 2Corintios 5, 20–6, 2; Evangelio: Mt 6,1-6.16-18 Nexo entre las LECTURAS Iniciamos la cuaresma, tiempo de penitencia y reconciliación, tiempo para descubrir que “La Palabra es un don. Y, el otro es un don” dice el Papa Francisco. Las lecturas del Miércoles de Ceniza insisten sobre todo en la interioridad, en el corazón arrepentido y reconciliado y que se refleja en la manera nueva de vivir. En la liturgia penitencial de la primera lectura Dios, por medio del profeta Joel, nos dice: "Vuelvan a mí de todo corazón, ... Desgarren su corazón y no sus vestiduras". Jesús en el Evangelio nos invita a librarnos de toda exterioridad/superficialidad y a orar, ayunar y dar limosna "en secreto", es decir, en el interior del corazón. La reconciliación, en la segunda lectura, nos compromete, a "dejarnos reconciliar con Dios". La Cuaresma tenemos que vivirla como don de Dios y tarea nuestra, no permitamos que el pecado nos deje ciegos (mensaje del Papa), pidamos con el salmista un corazón puro, que se alegre de ver a Dios y a los hermanos (Sal 50). Temas... La grandeza o miseria del hombre se mide por la grandeza o miseria de su corazón. Es en el interior/corazón donde se fragua el hombre: sus buenos o malos pensamientos, sus decisiones rectas o malvadas, sus comportamientos justos o injustos, sus palabras verdaderas o engañosas. Jesucristo ha venido al mundo para cambiar al hombre, de modo que sus obras sean expresión de un buen corazón, con rectitud interior. Ante el comportamiento de sus contemporáneos, muy marcado por alardes de ostentación, Jesús nos pide una actitud -manera de vivir- en comunión con su conducta y con su enseñanza. No seguimos normas o prácticas, sino a una Persona e imitamos su manera de vivir, de amar y de servir. La Cuaresma, de alguna manera, es ir a la escuela de Jesús. Las obras/enseñanzas que Jesús menciona son buenas y laudables, la ostentación es reprobable, porque no busca a Dios, sino la recompensa humana. "Dar limosna" es una acción benéfica, pero hacerlo para ser apreciado por los demás, para que se alabe nuestra 'generosidad', no es propiamente cristiano. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha", nos amonesta Jesucristo. Hagamos el bien por amor a Dios Padre, cuyo rostro vemos reflejado en el pobre y necesitado de nuestro dinero y de nuestro amor fraterno. "La oración" al igual que el "ayuno" son dos obras estupendas, cuando se hacen con rectitud de intención, sin querer llamar la atención, con el deseo de agradar a Dios Padre y de servir a nuestros hermanos. La verdadera conversión no consiste en ayunar, orar o dar limosna, sino en hacer esas obras, imitando a Jesús, con un corazón renovado, libre de egoísmo y de intereses personales. La actitud de Jesús se muestra en continuidad con el profetismo (Isaías, Jeremías, Ezequiel...), particularmente con el texto del profeta Joel proclamado en la primera lectura… los penitentes de aquellos tiempos se rasgaban las vestiduras para mostrar su dolor y arrepentimiento. Joel les dice que mucho más importante es rasgar el corazón, dolerse en el alma por los propios pecados. Por su parte, la Iglesia primitiva, según nos lo indica san Pablo en la segunda lectura, continúa la postura y enseñanza de Jesucristo. La nueva creatura, surgida del bautismo, es la reconciliada con Dios por medio de Jesucristo. Y los apóstoles, continuadores de la obra de Cristo, son los ministros de la reconciliación y nos exhorta, san Pablo: "No reciban en vano la gracia de Dios". Sugerencias... El Papa Francisco no muestra que debe ser característico, en el discípulo-misionero: “el gozo espiritual por los grandes bienes del misterio de la Revelación”, contenido en la Palabra de Dios... y ahí, Cristo nos dice que el Padre es “misericordioso” y que debemos ser “misericordiosos como el Padre”. Y sabemos que previo al gozo espiritual está necesariamente la conversión, la purificación de nuestra vida, rozada al menos, si no es que hundida, por la oscuridad y tristeza del pecado. Para expresar la conversión y obtener realmente la purificación interior, la Iglesia nos recordaba algunos medios: la lectura y meditación de las Bienaventuranzas y la práctica de las obras de misericordia. La confesión sacramental, la Comunión, la oración... Nos comprometemos, especialmente, a peregrinar, ponernos nuevamente en camino hacia la casa del Padre, a crecer en el "ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por nuestros pecados y fortalecimiento por debilidades, ser perseverantes en la vigilancia de nuestra propia fragilidad, para obrar como nos pide Jesús" (cfr.: Misericordiae Vultus). Peregrinar es reconocernos necesitados de un Padre que nos sale al encuentro, nos perdona y nos restablece en nuestra dignidad de hijos suyos. Meditemos profundamente, también, la parábola del pobre Lázaro para seguir avanzando en nuestro camino hacia la Jerusalén Celestial. También nos pide la Iglesia, para la Cuaresma, que demos "el paso del pecado a la gracia"; puesto que todos somos pecadores, todos estamos llamados a dar ese paso, a entrar en el misterio de la gracia y la misericordia especialmente con el sacramento de la Reconciliación y la práctica de las obras de Caridad… recordando el urgente llamado del Papa a trabajar (don y tarea) especialmente por la unidad y la paz, desterrando toda violencia y actitudes de división (Mensaje para la jornada mundial de oración por la paz, 1.01.17). Temas... (otra posibilidad) La llamada a la conversión y a un tiempo de penitencia parte (en la segunda lectura) de la Iglesia; su portavoz es san Pablo con sus colaboradores: «Somos embajadores de Cristo; se lo pedimos por Cristo: déjense reconciliar con Dios». Esto significa dos cosas: dejémonos reconciliar con Dios personalmente, cada uno en obras de conversión, y dejémonos reconciliar con Dios por medio del sacramento de la Reconciliación. La Iglesia, por medio de sus ministros -colaboradores de Dios- es la que nos exhorta y se permite llamar nuestra atención: «Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación». Aunque ciertamente somos libres para hacer penitencia cuando queramos, forma parte de ‘nuestra obediencia’ a la Iglesia hacerla precisamente ahora en el marco del Año Litúrgico. El motivo que la Iglesia nos da es la acción de Dios, que «por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por Él llegáramos a ser justicia de Dios». Esta enorme acción misericordiosa de Dios (la Encarnación y la Glorificación) debe impulsarnos a participar en Su pasión y ser partícipes de la resurrección. Ya la Antigua Alianza invitaba al pueblo (en la primera lectura) a entrar en un tiempo general de «conversión» y expiación. También aquí hay que hacer penitencia, no como obra externa, sino como actitud interior: «Rasguen los corazones, no las vestiduras» … esto, para convertirnos al Dios de la gracia y de la misericordia. También en este caso como un acto litúrgico común: el «ayuno sagrado» se entiende como «servicio a Dios» de toda la comunidad. Aquí tampoco se trata de un querer influir mágicamente sobre Dios, sino de una oración sencilla e intensa para implorar la compasión divina. Jesús no suprime, en el evangelio, esta penitencia, sino que la preserva, definitivamente, del fariseísmo y de cualquier devaluación mediante la propia justicia: si queremos que esta penitencia tenga algún sentido y algún valor ante Dios, debemos trasladarla al interior, a lo invisible. Si Jesús, en los tres consejos que nos da -sobre cómo hacer limosna, cómo rezar y cómo ayunar-, insiste en la conveniencia de la discreción para que nuestra acción conserve todo su sentido cristiano, al enfatizar esta invisibilidad hacia fuera nada dice contra la necesidad de tales obras, sino que subraya que esas obras son agradables a los ojos del Padre celestial, que sabe valorarlas y recompensarlas adecuadamente. Pero que quede claro: si hacemos penitencia no es para ser recompensados por Dios, sino ante todo simplemente porque queremos seguir a Cristo con reconocimiento y agradecimiento, y después porque percibimos claramente que la mejor manera de ayudar al mundo en que vivimos es hacer penitencia. Jesús nos sugiere tres formas eficaces para ello: limosna, oración y ayuno… como enseña la Iglesia en el Prefacio: Porque con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro orgullo, e imitar así tu generosidad compartiendo nuestros bienes con los necesitados. María, Madre de gracia y misericordia, ruega por nosotros.

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