lunes, 3 de agosto de 2020

HOMILÍA 6 de agosto. LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. Fiesta. Ciclo A. (2020)

6 de agosto. LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. Fiesta. Ciclo A. (2020) Primera: Daniel 7, 9-10. 13-14; Salmo: Sal 96, 1-2. 5-6. 9; Segunda: 2 Pedro 1, 16-19; Evangelio: Mateo 17, 1-9 Nexo entre las LECTURAS… Temas… El evangelio, que nos narra la escena de la Transfiguración, es el mismo que escuchamos el segundo Domingo de Cuaresma. Pero entonces no se nos presentaba como una conmemoración del hecho acontecido como un indicativo en el camino cuaresmal de la realidad futura a la que estamos llamados los que hacíamos un camino de conversión y penitencia. La fiesta de hoy nos conduce más directamente a la contemplación de Cristo, que se nos muestra con el esplendor de su gloria, y a la alabanza de aquel que, en esta visión, nos ha querido manifestar cuál es la esperanza de la realidad a la que estamos llamados aquellos que en Él creemos. Unidad de las Lecturas Quizás, más que en otras ocasiones, las lecturas de hoy presentan una unidad que va creciendo a medida que se van sucediendo los textos. Nos hallamos ante un primer texto profético en el que la Iglesia nos descubre la gloria que Cristo había de alcanzar; y hace esto por medio de las afirmaciones del salmo ("El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra"). El texto de la segunda Lectura es una "catequesis" que nos dispone admirablemente para escuchar y comprender el alcance del relato evangélico, culminación de la liturgia de la Palabra. Sería bueno empezar la homilía recordando el itinerario seguido por los textos que se han escuchado, antes de centrarse en el mismo texto evangélico. La escena de la Transfiguración: La escena evangélica es suficientemente conocida, pero conviene recordar sus detalles. Jesús se hace acompañar por los apóstoles elegidos para ser testigos de algunos de los acontecimientos más importantes de su vida. A su lado están Moisés y Elías: la Ley y los Profetas. También ellos recibieron en la montaña la Ley, signo de la Alianza de Dios con su pueblo, y la ratificación de la Alianza (cf. Éxodo 19-20 y 1 Reyes 19). La nube es signo de la presencia de Dios, del Dios que, por medio de su palabra, reconoce como Hijo suyo al Cristo gloriosamente transfigurado. Un comentario cierto del hecho, por un testigo: El texto de san Pedro es el mejor comentario -escuchado por todos los fieles de la transfiguración del Señor. Es cierto que hay otros muy buenos (uno de Atanasio Sinaíta y uno de san León Magno. Pero el texto del apóstol Pedro los supera a todos. Él empieza subrayando la realidad del hecho, y lo hace como testigo que ha "visto" y ha "oído". Con Juan y Santiago, él ha contemplado la grandeza de Jesucristo, nuestro Señor, y ha escuchado la voz del Padre, no sólo reconociendo en Jesús a su Hijo sino también dándole honor y gloria, esto es, reconociendo el triunfo que iba a alcanzar. En la transfiguración constata Pedro el cumplimiento de las profecías. Por eso nos exhorta a escuchar la voz de los profetas. Porque nos hablan de Cristo, nos conducen hasta la luz de Cristo, luz que ha de iluminar nuestros corazones. Fijémonos que escuchar a los profetas es el primer paso para escuchar al mismo Cristo. No hay contradicción sino una plena complementación entre lo que afirma Pedro (escuchar a los profetas) y lo que nos dice la voz del Padre (que escuchemos a su Hijo). No podemos ser nosotros "testigos oculares" de Cristo transfigurado. Esto sólo lo podemos hacer, mediante los ojos de la fe, gracias al testimonio apostólico. Lo que sí podemos hacer, como los apóstoles, es escuchar la voz de Cristo (como nos manda la Virgen), si queremos llegar a ser con él "coherederos de su gloria" (colecta). En esta misma línea hallamos "comentado" por la Iglesia el hecho de la transfiguración cuando afirma en el prefacio que este hecho "al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya". La fiesta de hoy confirma en nosotros esta esperanza. Una Consideración Litúrgica: El episodio evangélico de la transfiguración de Cristo nos invita también a fijarnos en un aspecto importante de toda la celebración litúrgica. Como los apóstoles, que reconocieron cuán bien estaban allí contemplando al Señor glorioso, pero que muy pronto tuvieron que bajar del monte y acompañar a Cristo hacia Jerusalén donde sufriría la pasión, también nosotros, al participar de la liturgia, gustamos por unos momentos cuán excelente y lindo y gozoso es estar unidos al Señor de la gloria y a los dones que son prenda de los bienes del cielo, pero muy pronto tendremos que volver al esfuerzo constante de la vida cristiana cotidiana, cuando nos dan la bendición… y nos dice… VAYAMOS EN PAZ a anunciar con palabras con obras las maravillas de la salvación. La liturgia nos permite vivir momentos de intensa comunión con las realidades más santas y, al mismo tiempo, nos ayuda a vivir "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Pedimos a Dios que al celebrar con fe y alegría la fiesta de la Transfiguración nos ayude a valorar la importancia de estos dos aspectos de la vida litúrgica. Sugerencias... La fiesta de la Transfiguración del Señor sugiere espontáneamente el tema de la luz, de la epifanía diurna, de la vida cristiana que se da y se abre despreocupada, con toda naturalidad ante los ojos de todos. No viendo en ella misma nada de que se tenga que avergonzar, tampoco tiene que disimular nada de la Palabra de Dios que la nutre. Se siente segura (la Iglesia) y firme con la firmeza de la verdad, por eso no teme mostrarse tal como es (débil y pecadora) y esplendorosa a la vista de los hombres. Sin necesidad de cubrirse con velo alguno, aparece ante aquellos que buscan la verdad. Hoy, sin la montaña del espectáculo, lo que se transfigura es la palabra de Dios ante los ojos del pueblo que ha tenido el coraje, la determinada determinación, de subir la cuesta de la conversión del Señor, y ha remontado las alturas de horizontes libres donde aletea el Espíritu de Dios con toda libertad. Estos, los que viven en el Espíritu, son hoy los invitados a la fiesta de la transfiguración, epifanía de la palabra de Dios. Los otros permanecen abajo, sin que sospechen siquiera lo que puede pasar sobre las cimas, en las alturas. Pablo los señala como "aquellos que corren hacia la perdición". Nosotros, en cambio, igualmente inexcusables por lo que toca a la severidad en nuestros juicios, y quién sabe si no hijos de una Iglesia más humana y acogedora, podemos contentarnos diciendo que los de abajo «se lo pierden». Pero realmente lo pensamos así porque disfrutamos del gozo de vivir en la libertad del espíritu, y la manifestación de la PALABRA ha hecho resplandecer en nuestros corazones «el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en Cristo». No obstante, no siempre es así, no siempre la proclamación de la palabra de Dios ablanda y libera a los espíritus. O ¿no es siempre la palabra la que se proclama? Después de todo, la transfiguración no se produce por deseo y querer de los espectadores. Además, podría muy bien ser que, aun creyendo encontrarnos arriba, en la cima de la montaña, estuviéramos todavía abajo, viviendo preocupados por nuestras cosas (terrenales), sin saber vivir al raso, sino buscando refugio, acudiendo a Jesús para que nos eche una mano. Es verdad, a veces causa extrañeza el hecho de que en el seno de la comunidad cristiana no estalle y no se sienta más a menudo el alegre clamor: «¡Señor, qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4). Mas Temas… - La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo. Incomprendido por el pueblo y rechazado por las autoridades, Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se descubren las dos caras de la misión de Jesús: una, dolorosa: la marcha hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la muerte; la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria futura. - En el evangelio de la transfiguración hay una serie de imágenes escatológicas (choza, acampada, Moisés y Elías); cristológicas (Hijo de Dios, entronización mesiánica) y epifánicas (montaña, transfiguración, nube, voz) que describen a Jesús como Kyrios, con un señorío eminentemente pascual. La «montaña» es lugar de retiro y de oración; la «transfiguración» es una transformación profunda a partir de la desfiguración; «Moisés y Elías» son las Escrituras; la «tienda» es signo de la visita de Dios, unas veces oscura, otras luminosa, como lo indica la «nube». En definitiva, es relato de una teofanía o de una experiencia mística. Si nos fijamos en el itinerario del relato, vemos que tiene cuatro momentos: 1) la subida, que entraña una decisión; 2) la manifestación de Dios, que simboliza el encuentro personal; 3) la misión confiada, que es la vocación apostólica; y 4) el retorno a la tierra, que equivale a la misión en la sociedad. - La llamada de Dios a formar parte de una comunidad exige una conversión. Discípulos-misioneros de Jesús son quienes aceptan la llamada de una voz o la palabra de Dios decisiva y personal que incide en lo más profundo del ser humano. Escuchar a Jesús es una característica esencial del discípulo cristiano. Esto entraña «encarnarse», es decir, aceptar con seriedad la vida misma, con ráfagas de «visión» y torbellinos de «pasión», con la esperanza de salir victoriosos del combate de la misma vida, seguros de la fe en el Transfigurado. Jesús se hace prójimo de todos los hombres mediante la entrega de su propia vida. ¿Tenemos experiencia personal de Dios?

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